La Vila de ayer: memorias de un vilero nacido en 1910

La Vila de ayer: memorias de un vilero nacido en 1910

Francisco Lloret Llinares cuenta interesantes anécdotas de su infancia, así como hechos ocurridos en las primeras décadas del siglo XX en la villa chocolatera.

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Muchos son quienes, temiendo que sus vivencias se pierdan en el olvido, las dejan plasmadas en forma de texto. Pero, desafortunadamente, pocos las comparten de forma pública, bien por decisión propia o bien por falta de recursos.

El vilero Francisco Lloret Llinares —quien se dedicó a la albañilería— ahorró, editó y publicó sus memorias, bajo el título La Vila de ayer, en el año 1988.

Su obra constituye un curioso viaje a los primeros años del siglo XX, cuando en las calles de Villajoyosa no se escuchaba más que el traqueteo de los carros, los pregones, canciones espontáneas y el agradable piar de los pájaros.

La primera referencia que Lloret hace al pasado se remonta a su infancia, al año 1920, cuando, como otros tantos niños de la época, trabajaba de hilador, en La Senda. Se trataba de un trabajo arduo y mal pagado, donde la mayoría de operarios eran niños, a quienes se les ordenaba no aparecer el día que se esperaba la visita de algún inspector.

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Lloret recibió sus primeras lecciones educativas en el barrio del Poble Nou, en la casa del maestro Agustín Galiana, a quien pagaba cuarenta céntimos semanales. En su libro recuerda, con añoranza, las meriendas a base de boniato rostit (asado) o dulces dátiles de la calle del datiler, así como la venta de leche que, todas las mañanas, realizaba el cabrero en la puerta de cada casa, directamente de la ubre al jarrón.

Pero al querer recordar su más temprana memoria describe cómo, en el año 1916, unos hombres desmontaban el Teatro Circo, ubicado en la playa. El mismo año se inauguró el Salón Moderno, donde Lloret vio sus primeras películas de cine mudo, amenizadas por un piano; tres años más tarde, este sería reemplazado por el Teatro Olimpia.

Entretanto, había estallado la I Guerra Mundial y, en el año 1917, frente a Villajoyosa un barco italiano fue alcanzado por los torpedos de un submarino alemán, obligando a los primeros a refugiarse en el municipio, donde fueron auxiliados y al cual llegaron con botes salvavidas.

Los fuertes temporales destrozaban y engullían todo aquello que los marineros no habían amarrado bien en lo alto de la playa. El mar irrumpía, incluso, en el interior de las casas más cercanas a este, tras absorber ingentes cantidades de arena.

El antiguo cuartel de carabineros, o un viejo faro —pintado de franjas negras y blancas—, fueron algunos de los edificios que se llevó el mar embravecido. No fue hasta el año 1923 cuando se comenzó a construir un pequeño espigón, a modo de refugio para las barcas, con piedra traída desde una cantera situada en la pedanía de El Torres.

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Los trabajos terminaron en 1926, un año después de que la carretera N-332 —hasta entonces de tierra— recibiera su primer asfalto.

Entre 1928 y 1930 se construyó la canalización que, desde la Masía de La Monja, traería agua corriente a las fuentes de La Vila, así como a las casas de más recursos. Inmediatamente después de tal hito se erigió un lavadero junto al lugar que ocupó el desaparecido castillo, al sur de este.

A escasos metros, bajo las casas colgantes y unas décadas atrás, en 1896, había entrado en funcionamiento la fàbrica de les llums, la cual proporcionaba electricidad a algunas farolas de las calles y al teatro, entre otros contados lugares.

Francisco Lloret Llinares hizo bien, por supuesto, plasmando y publicando sus memorias en su interesante libro: La Vila de ayer. Estas han fascinado a un ilicitano y seguro fascinarán a toda persona —vilera o no— que aprecie y valore la riqueza histórica y cultural, no como individuales de un único municipio, sino como conjunto de un todo. Los unos no seríamos nada sin los otros.

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