«Llauraors, soquetes!», o el día a día de un agricultor en los años 40

«Llauraors, soquetes!», o el día a día de un agricultor en los años 40

En esta ocasión (la vez anterior hizo referencia a la Guerra Civil), mi abuela paterna Lola Agulló Ruiz, relata una de las ocasiones en que se desplazó, junto a su familia, a una finca agrícola que tenían sus padres en el norte de la ciudad de Elche, cerca del pantano:

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Queridos lectores, voy a contaros: en el año 1941, un día mis padres decidieron que a la mañana siguiente irían a trabajar a la pequeña hacienda que poseían en el Almacil. Comenzaron los preparativos.

Mientras mi madre se preocupaba de la ropa y la comida para la familia, mi padre preparaba los enseres de labranza. Había que acondicionar el carro para los cuatro: mi hermanita, mis padres y yo; y la cabra, cómo no. Ella era importante, pues con su leche teníamos el desayuno resuelto.

Pues bien, de buena mañana ya estábamos en camino. Mi hermana y yo nos dormíamos. Y la cabra, atada, caminaba detrás del carro, que mi padre conducía siempre alerta. El trayecto era largo: el camino viejo, que atravesaba desde Murcia a Alicante, es por donde teníamos que ir hasta Elche.

En esos años, la ciudad era mucho más pequeña. Empezaba en el barrio de la Zapatillera, hasta el ayuntamiento y cruzaba el Vinalopó; hasta el camino de los Magros, mucho antes de llegar a la vía del tren, era campo.

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Así que con el carro nos íbamos para varios días. Allí en la finca teníamos una pequeña casa rústica que también, a veces, compartíamos con los otros herederos de la finca que el abuelo Alonso dejó a sus hijos.

Pues bien, como os podréis figurar, el carro con la familia y la cabra corriendo detrás era todo un espectáculo, que los de la ciudad aprovechaban para hacer burla diciendo «llauraors, soquetes!», pues había mucha rivalidad y poca educación.

Por fin llegamos: mi hermanita y yo, a jugar; mis padres, al trabajo. La casa tenía la chimenea donde hacer lumbre y unos canastros, pero éramos felices. De mañana, mi padre ordeñaba la cabra y, con la leche y un tallo de higuera, nos hacía cuajada.

En ese tiempo el trigo estaba alto y había muchos conejos que se refugiaban allí para comer. Recuerdo que una mañana mi padre, con la vara que llevaba, vio a uno y lo mató. Y mi madre lo guisó.

Nosotras estábamos muy contentas cada vez que íbamos a la faeneta, como le llamábamos. Pero una vez yo padecía de dolor de oído y recuerdo que mi padre pasó toda la noche con la lumbre encendida y una pequeña olla de barro, con agua, al fuego para, con un pañuelo en el oído, aliviar el dolor.

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Os cuento estas cosas para que os podáis dar cuenta de cómo ha cambiado. Las personas de mi edad hemos tenido suerte de vivirlo.

Lola Agulló Ruiz.

Marzo de 2016.

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